martes, 14 de febrero de 2012

Capítulo 2: San Valentín


San Valentín. Debería ser un día nefasto atendiendo al terrible historial de amantes que cargo a mis espaldas, pero viendo algunas fotos de parejitas homosexuales caminando por el retiro o picando el plano para crear una nueva foto de perfil, me siento bien en mi casa gritándole a un muro. Ya sé que este párrafo es un poco de amargado marica que tiene abiertos el Bakala y el Manhunt y el Chatchueca y es incapaz de lidiar con las ventanillas emergentes que lanzan un montón de tipos con nombre de pollas exóticas leferas, pero en verdad nunca he sentido la imperiosa necesidad de ligar mi vida a otra persona en un plano muy profundo, como sí hacen otros individuos de mi entorno.




Esto, por supuesto, me trae recuerdos. Porque  soy un psicópata emocional, pero he experimentado con algún incauto por si, por razones desconocidas, me estaba perdiendo algo grande. Mi última relación amorosa fue, supongo, todo lo que una persona metida en esos mundos sórdidos puede esperar. Un chico guapo, amable, paciente, capaz de integrarse bien en otros grupos y detallista en extremo.

He tenido pocos noviazgo a lo largo de mi vida. Una mujer, en mis inicios como joven fraudulento y desorientado. Un abogado yonki en Australia, con el que descubrí los placeres de la mala vida y el sexo mezclado con substancias de todo tipo y, finalmente, éste que nos ocupa; una persona corriente en el mejor sentido de la palabra, que aspiraba, no sé si de manera muy ingenua, a hacerme la vida más fácil.

Recuerdo que nos encontrábamos en el parking del McDonalds, dándonos el palo a falta de un sitio mejor en el que sacar a paseo nuestros bajos instintos. Él se apartó un poco, se metió la mano en el bolsillo y, en lugar de sacar lo que yo imaginaba y deseaba, alzó un diminuto paquete envuelto con lazo rojo. En su interior encontré lo que en definitiva esperaba me uniera definitivamente a su persona. Era una declaración de amor sin venir a cuento, desinteresada y hecha a mano.  Millones de imágenes cruzaron mi mente. Algunas de ellas sugeridas por Él, otras imaginadas por mi en un ataque de pánico. Fines de semana de peli y manta, escapadas a pueblos escondidos de España, follar con amor, desayunos uno en frente del otro en una cocina de diseño, tardes de compras, confesiones como la del coche o más obscenas, confianza, tranquilidad. Todo lo que me parecía bien para los demás y a mi me interesaba poco o nada se incluía tácitamente en aquel escenario tan de comedia romántica de los 80.

Y sin decirle nada me bajé del coche y regresé a casa a pie, sin pensar en nada, o pensando en lo difícil que hubiera sido hacer lo mismo, lo correcto, en San Valentín, un día que por el momento paso en mi casa sin complicaciones de ningún tipo y pulso Me Gusta en las fotos de mis amigos que han sabido encontrar, o se han topado a secas, con alguien con quien desfogarse por los siglos de los siglos.

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